martes, 19 de abril de 2016

LA ESPERANZA ENTRE LOS ESCOMBROS DE LA VIDA...

En un espacio donde las personas viven la experiencia de descanso, de vacaciones y de ocio, en una calle de Los Cristianos, en el municipio de Arona, en el sur de la isla de Tenerife, bajo los escombros de un edificio que se derrumba inesperadamente, siete personas han muerto.

¿Sobre qué se sostiene nuestra seguridad? ¿Dónde podemos esconder nuestro miedo y nuestra angustia? ¿Es posible vivir sin sobresaltos y sin tener que narcotizar nuestra percepción de la realidad para no entristecernos? ¿Por qué estas desgracias? ¿Quién es el culpable, o al menos, el responsable? ¿Nos quedaríamos más tranquilos si supiéramos que fue un error de los ingenieros que lo construyeron, o de la empresa constructora, o de los operarios de la reforma? ¿Nos daría más seguridad personal conocer que nosotros vivimos y dormimos en un edificio bien construido? ¿Está bien construido el edificio de nuestra seguridad personal? ¿Es posible que lo esté?

A todas estas preguntas no les quiero dar respuesta. Me consuela la experiencia de interrogarme por las cosas. Al menos me recuerda que mi ánimo trasciende la realidad que aparece, con frecuencia, a nuestros ojos con un verdadero patetismo. Me consuela saber que soy capaz de preguntarme por el sentido del dolor ajeno en el ámbito de una empatía que me lo hace sentir y me lo aproxima. ¿Para qué sufrir así? 

Y sin embargo, a 300 metros, en la playa, siguen tomando el sol otras personas como si esta desgracia no fuera con ellos y se tratara de una historia de ciencia ficción que desparece al apagar el telediario o cerrar la página de sucesos de la prensa escrita. No ha pasado nada. Como un niño al que le privan de ver el féretro de su abuelo desde la pseudo certeza de que ver el sufrimiento y la muerte de los que quiere es más doloroso que imaginarlo con las explicaciones bobaliconas de una estrella en el firmamento.

La vida es diferente a lo que imaginamos. Y el dolor no desaparece por evitar mirarlo de frente. Una forma inhumana -por inconsciente- de vivir la grandeza de una vida que nos sorprende por inesperada y descontrolada. Una angustia inteligente que se viste de huésped que no invitamos. Así es este vivir que no hemos elegido. Grande porque no nos evita experimentarlo en toda su crudeza. Precisamente porque lo puedo pensar es por lo que vale la pena vivirlo. Y existo porque me salpica el amor en el dolor. 

Siempre hay una esperanza entre los escombros de la vida. Hay esperanza.

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